La Compasión.
De niño aprendí a juzgar: bueno / malo; bonito / feo; alto / bajo; listo / tonto…y crecí convencido de que era así y que así debería de ser.
La vida, a través de amigos y experiencias, me enseñó que juzgar es condenar, es perder la oportunidad de comprender, de compartir y de disfrutar de otros matices que tienen su razón y su función.
Me di cuenta de que la compasión no era mi fuerte y entendí que el juicio la había desterrado.
La compasión florece cuando dejamos de juzgar, cuando aprendemos a escuchar y a sentir la realidad del otro. Cuando somos capaces de comprender al otro, somos capaces de transmitirle amor.
Cuando transmitimos amor, transmitimos seguridad, transmitimos bienestar y ayudamos a que el otro alcance su excelencia personal.
La compasión transmite amor.
Discernir es preocuparse por conocer, juzgar es proyectar nuestro malestar.
JPR
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